OFB Emilio Sanmiguel* ¿Un paso en falso de Peñalosa? Orquesta Filarmónica de Bogotá OFB

Orquesta Filarmónica de Bogotá

 

 Tengo que confesar el legítimo terror cuando los políticos meten sus narices en el mundo de la cultura. Porque siempre terminan haciendo daños irreparables.

    Uno de los asesores del presidente Uribe se dio a la tarea de endulzarle el oído y el resultado fue que de un plumazo este borrara a la Orquesta Sinfónica de Colombia. Así no más ¡la desapareció! Para medio llenar ese vacío se creó la Sinfónica Nacional, que ni de lejos ha podido reemplazar a su antecesora que, sí, atravesaba un momento crítico, tan crítico como que su titular era Irwin Hoffmann, pero era una orquesta cuyo patrimonio era su tradición. La nueva orquesta, a la hora de la verdad, devenga todo su presupuesto del Ministerio de Cultura, así juegue a la quimera de la cultura como iniciativa privada; hace más bien que mal, pero no remplaza a la anterior.
    Lo cierto es que desde entonces leo, hasta donde eso es posible, todas las declaraciones del expresidente Uribe y me temo que a estas alturas, cuando su mandato ya entra a formar parte de los capítulos de actualización de Henao y Arrubla, no se ha arrepentido del horror cultural cometido durante su mandato.
   Por eso les tengo terror a los políticos cuando meten sus naricitas en los cotos de la cultura. Hacen daños y luego ni se dan cuenta de haberlos perpetrado.
   El entrante alcalde de Bogotá, Peñalosa, no es la excepción a la regla. Ha construido un prestigio alrededor de su nombre como urbanista de renombre -internacional dicen sus admiradores- que no deja de sorprender, cuando no fue capaz de ver en su verdadera proporción y dimensión el problema de la movilidad de Bogotá, con su terca y torpe insistencia en el sistema Transmilenio, a todas luces insuficiente. Como padece de mesianismo, hizo de su bronca con el metro una bandera de campaña y, el resultado tuvo nombre: Moreno Rojas y sus secuaces.
    Pero no, es un urbanista de talla mundial y su nombre apenas debe estar al lado de Hipodamo, el Barón de Haussmann, Hobrech, Sitte, Krier, Collen y Alexander.
    Ya suficientemente peligrosa es su propuesta del Metro elevado. Pese a que intenta vender la idea de que es una buena alternativa atravesar la ciudad con la puñalada de una línea que va a proveer de kilómetros de espacio cubierto a los miles de vendedores ambulantes que se van a instalar bajo ella. Además del horror de las estaciones ancladas en mitad de las vías y el agregado de la contaminación acústica que su Metro va a acarrear. No hay que ser un genio para saber lo que va a pasar, basta con ir a Medellín.
    La Orquesta. Suficientemente peligroso es su Metro para ver ahora empezar a esfumarse, como por arte de magia, el fenómeno cultural de la Orquesta Filarmónica de Bogotá.
    De su pasada administración quedó claro, por el tipo de personajes a quienes entregó la orquesta, que esta no es un asunto de sus enteros afectos. Al fin y al cabo, para él como para los políticos colombianos, la cultura debe ser un tema de segunda.
    No es una afirmación temeraria. De ninguna manera. Si la cultura le interesara, como le interesaba en su momento a Eduard Heath en Inglaterra o a Helmut Schmidt en Alemania, otro gallo le cantaría a la orquesta.
    Porque es de dominio público hoy por hoy que el fenómeno de la Filarmónica es el más importante proceso musical desarrollado en Colombia en los últimos treinta años. La orquesta que en cosa de apenas cuatro años ha conseguido salirse del estrecho mundillo del Auditorio León de Greiff para empezar a llegar a toda la ciudad y para, por fin, darle cuerpo a la iniciativa de poseer una sede propia (Peñalosa ya fue alcalde y jamás debió ver esa necesidad) y generar un sistema de orquestas que cubra toda la ciudad.
    Tampoco es un secreto que la denominada Revolución Filarmónica tiene nombre propio: David García, su (ahora ex) director ejecutivo. En estos asuntos de la cultura, los grandes hombres son rara-avis; los José Antonios Abreus y las Fanny Mickey no aparecen a la vuelta de la esquina. La misma Filarmónica de Bogotá fue torpemente administrada durante las últimas décadas y los episodios de despilfarro incluyeron hasta una innecesaria gira por la China.
    Ahora bien. Al toro por los cuernos. No me cabe duda alguna en el sentido de que para construir lo construido, García debe haber pisado muchos callos y haber sembrado el camino de enemigos y malquerientes. Eso es de dominio público. Como no hay que ser un genio de la política  para imaginarse las hordas de zánganos, lagartos, rémoras y golfos que se deben estar preparando para hincarle el diente a la apetitosa torta filarmónica.
    Lo que no sabe el Alcalde, que cree saberlo todo, es que los temas culturales necesitan para ser manejados de verdaderos orfebres que, repito, no pululan en todas las esquinas. El gobierno del presidente Barco desapareció en cosa de segundos todo el trabajo de la Ópera de Colombia y la Nueva Ópera no ha conseguido ni por un segundo reemplazar a la anterior.
    No hay que consultar la bola de cristal para saber que por su cabeza no pasó ni por un instante llamar a García para, por lo menos, conocer las verdaderas proporciones de la Revolución Filarmónica.
    Es una lástima que el Alcalde no haya oído jamás con cuidado el acto II de Don Carlode Verdi, cuando el Marqués de Posa y Felipe II sostienen un extenso diálogo, el soberano le habla de sus planes y Posa aterrado le dice, Que la historia no diga de vos: él fue un Nerón
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