Óscar Enrique Alfonso. En estos días de
polarización política visceral resulta imprescindible sustraerse a
esa tendencia fácil de quienes se limitan a aplaudir a los suyos o escupir a
los otros, incurriendo, estos y aquellos, en una seria irresponsabilidad
ciudadana. Esto es lo que se intenta aquí: ver cómo, una vez más, los
ciudadanos quedamos en medio de una batalla campal entre dos bandos que ni
siquiera sumándolos generarían una mayoría objetiva.
De esta
situación, como ciudadano sin más, surge
mi inquietud, mi molestia, esta sensación de
que no importa en últimas de cuál color vista su discurso el gobernante en
ejercicio, en todo caso el turbulento devenir político de la ciudad cada día
desconoce más y más a los ciudadanos. Por esa razón me di a la tarea de buscar
hacerme una idea medianamente sopesada sobre la manera como en el proyecto de
gobierno actual y en el anterior se concibe el sistema
“ciudad-ciudadanía-ciudadano”. ¿”Bogotá humana” gobernó para la ciudadanía?
¿”Bogotá mejor para todos” se refiere a “todos” los ciudadanos? ¿Será que en
ese eslogan, como dice la RAE, “todos
son unos”?
No en pocas ocasiones tuve
noticia de gestos administrativos que resultaban irónicos en el núcleo mismo de
la llamada Bogotá “Humana”. El argumento con el que los petristas se justificaban era que sólo se obedecía el dictado de
las más modernas tecnologías administrativas; y uno, ciudadano sin más, piensa:
bueno, tal vez tengan alguna razón, pero la paradoja tecnología-humanidad, en
últimas, lo que dejaba al margen era precisamente la ciudadanía. Y es que un
ciudadano resulta anecdótico al compararlo con la trascendencia inmaterial de
la “Humanidad”. En este sentido, la lógica del bien común como prioridad sobre
el particular puede convertirse en una trampa; y sospecho que en ella
cayó, no pocas veces, el sueño de la razón petrista.
Ahora, escuchar al actual
señor Alcalde, por ejemplo cuando lo entrevistó Yamid Amad, por momentos
resulta impresionante. Mientras lo escuchaba, mi memoria traía recuerdos del
“Retablo de las maravillas” de Cervantes: “Pues doite por aviso, Chanfalla, que
el Gobernador es poeta”. La mirada le brilla mientras señala al frente todo ese
futuro de cemento que él ve en donde nadie más. Pero más impresionante que el
Alcalde, es el periodista… “Usted habla como candidato”, le dice, para luego
reorientar su intervención: “pero ahora está haciendo realidad su sueño”. ¿Ah?
Se diría que Peñalosa aprendió la moraleja de la
película de Ciro Guerra: que el enfermo espíritu blanco… “sólo aprendiendo a
soñar podía salvarse”. Pero, temo que Peñalosa
y Karamakate usan la misma palabra para nombrar cosas distintas. Es más, me
parece que la particular manera como el señor Alcalde sueña es prueba de la
necesidad urgente que tiene de aprender a soñar: no se trata de soñar por
soñar; hay que saber soñar. Porque dedicarse a atender las necesidades de la Bogotá
de dentro de 40 años puede generar pérdidas difíciles de estimar, teniendo en
cuenta que está pensando, desde ahora, por más de diez gobernantes futuros que
bien pueden dedicarse a hacer lo mismo que él con su antecesor. Tampoco quiero
decir que administrar sea una labor que se deba desentender del futuro; pero,
uno piensa ¿qué tanto compromiso tiene con el futuro, con el derecho
intergeneracional, una persona que al ver la reserva ambiental diseñada bajo
esos preceptos, apenas si percibe una maqueta llena de potreros con unas
cuantas vacas?
No sé si es por el
derroche en bolardos y losas quebradas que yo veo a Peñalosa y me parece que transpira cemento. Uno lo escucha hablar y
siente que él no es de este mundo, él no ve lo que todos los demás, él ve cemento
aquí, cemento allá… De hecho, es evidente que para Peñalosa las palabras cemento y desarrollo son idénticas. Él no usa
talcos, ¡usa cemento!
Y sí, exagero; pero, lo
que quiero decir es que Peñalosa
piensa en la ciudad como una porción de tierra, o de cemento. La piensa
como un arquitecto experto en sustituir
potreros por edificaciones; de tal manera que todo aquello que no es una
edificación, es un potrero. Me imagino su éxtasis creativo cuando vio el
documental Colombia, Magia Salvaje. Debió pensar: “¡Por Mefisto!, ¡qué potrero
infinito! Dame mil vidas para poder pavimentarlo”. Al final de la entrevista,
yo pensaba: ¿qué es un ciudadano para el señor alcalde?, ¿el muñequito
de plástico que pone y quita en
su maqueta? Bueno, hay muñecos de muñecos. ¿Lo que
tienen en común es que necesitan dónde vivir? No. Los muñequitos que caben en
Ciudad Peñalosa son los que tienen
con qué comprarle. ¿Los demás? Ciudadanos no son. Encarcelarlos; ¡para que
produzcan!, dirá él, en su delirio.
Entonces, entendí: para Peñalosa, un ciudadano es un usuario de
la ciudad que él ofrece; un cliente potencial de su retablo maravilloso. Y
vuelve y juega: los sueños de la razón, en este caso la de Peñalosa, producen monstruos. No me parecen tan diferentes, en el
fondo, los tecnócratas; sean de izquierda o sean de derecha. Y los del centro…
La misma vaina: con su esquizofrenia crónica y legalizada, cuando dicen esto,
hacen aquello.
La idea de cultura
ciudadana, hay que decir que sólo genera una gran confusión. Como política
pública es vital. Lamentablemente ni siquiera el mismo Mockus fue leal a la idea que en su gobierno conocimos. Se
convirtió en una manera de invertir menos en atención a los usuarios y afianzó
la transformación del ciudadano en un cliente. Un cliente dócil. Un cliente
obligado a consumir lo que por voto se estableció para él… Media hora esperando
un articulado, buses con sobrecupo, estaciones asfixiantes… Protestar al
respecto equivale a ser petrista, lo
que es sinónimo de “incultura ciudadana”… Me da pena escribir esta barbaridad,
pero así lo dicen.
En la escuela aprendí que
votar era el acto simbólico de la ciudadanía; nunca he dejado de hacerlo.
Siempre convencido de que de esa manera renuevo mi pacto con el Estado. Pero
empiezo a creer que el Estado se desdibuja y también mi ingenua idea de
ciudadanía. Desde principios de siglo la democracia es otra cosa; nada qué ver
con su etimología clásica. De ahí, hoy, la ciudadanía a nadie importa y casi
nadie tiene claridad sobre lo que sea. No es para nada extraño que en los
programas de Gobierno constituya un concepto dependiente de otros: en el
gobierno de Petro la ciudadanía era
una manifestación transitoria de la humanidad eterna; mientras que en el de Peñalosa es la masa de cuerpos más o
menos pensantes, alegres todos, eso sí, que cómodamente consumen cemento. Por Óscar
Enrique Alfonso - Revista Entre Líneas.
SI con Petro LLOVíA, con Peñalosa NO ESCAMPA
El primer parecido que tienen Peñalosa y Petro es el porcentaje de personas que los apoyaron. Peñalosa, en 2015, fue elegido con 33,18 % de los votos. Petro, por su parte, con 32,22 %, de acuerdo con datos de la Registraduría.
A propósito del pequeño apoyo de cada uno, Jursich comenta, en su cuenta de Facebook,
los siguiente: “Aun así, en vez de buscar consensos y apoyos ciudadanos,
decidieron arrancar sus alcaldías con proyectos extremadamente polémicos y que
hubieran podido aguardar al menos un año”.
Para el caso de Petro, está el cambio del modelo de recolección de basuras, y para el de
Peñalosa, la defensa de construir sobre la reserva Van
der Hammen.
Y así como al exalcalde casi le cuesta el puesto esa modificación, al
actual mandatario le podrían costar muy caro los planes que tiene en la reserva
ambiental Hammen, añade Jursich.
Por último, el analista comenta que Peñalosa se parece a Petro en “las
salidas de tono, las improvisaciones”.
“Cada vez que le ponen a Peñalosa un micrófono delante toca cruzar los
dedos para que no diga tonterías disfrazadas de estudios técnicos”, dice
Jursich.
Pulzo - Mario Jursich, exdirector de El Malpensante, dice que hay "una ... y para el de Peñalosa, la defensa de construir sobre la reserva Van der Hammen.
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“Los 28 concejales no podemos hablar, por instrucción de los abogados”. Esa fue la respuesta que recibió El Espectador al abordar a los cabildantes que quedaron en el ojo de la opinión pública desde el jueves pasado, cuando el fiscal general (e), Jorge Fernando Perdomo, confirmó que el organismo investigador realizó una inspección judicial en el Concejo para verificar si ellos cometieron un delito al aprobarle al alcalde Peñalosa, vigencias futuras por $4,1 billones para financiar el 30 % del metro. El hermetismo se suma a la preocupación que, se dice, muchos de ellos han manifestado en voz baja después de conocer la noticia.
En aprobación de vigencias futuras para el metro: ¿metió la pata el Concejo de Bogotá?
La Fiscalía comenzó a indagar si, como lo
argumenta el denunciante, Germán Navas Talero, representante a la Cámara, los concejales incurrieron en prevaricato al aprobar las
vigencias futuras sin que la obra cuente con estudios de detalle, como manda la
ley. El aparente lío está en que Peñalosa solicitó la aprobación de esos
recursos a sabiendas de que los destinará al metro elevado que pretende
construir (que carece de esos estudios) y no al subterráneo (que ya cuenta con
estos).
Pero, más allá de la tarea que desempeñe la
justicia en el caso, que aún es incipiente, hay elementos que de entrada le dan
relieve a los ojos de la opinión pública. Lo
primero es el denunciante: Navas Talero es recordado porque llevó ante los
tribunales, con éxito, los escándalos de la yidis política y de la financiación
del referendo para la segunda reelección de Uribe. En diálogo con El Espectador, Navas dijo: “Nunca denuncio sin
estar absolutamente seguro de lo que estoy afirmando. En principio me buscó el
concejal Manuel Sarmiento y me contó cómo aprobaron las vigencias
futuras, a pesar de que otros concejales advirtieron la ilegalidad. Le dije que
si las cosas eran así, estábamos frente a un prevaricato. No requería mucho
análisis. La Ley dice que para autorizar vigencias futuras se necesitan
estudios técnicos y las inversiones, pero las aprobaron sin tenerlos. La prueba
es que aún no se sabe si los estudios son para un metro elevado o uno
subterráneo. La denuncia no la inventé. Está respaldada en informes del Concejo. Frente a las explicaciones de la administración, lo único que
puedo decir es que cada vez que el alcalde de Bogotá habla, es para embarrarla.
Si se quedara callado, le haría menos daño al Distrito”.
El abogado Carlos Gallego, experto en temas
presupuestales, considera, sin embargo, que en principio no se vislumbra un
delito, sino “una falta disciplinaria que podría llegar hasta la destitución”.
A su parecer, las vigencias finalmente se aprobaron para la misma obra. “¿Cuál
es el problema de cambiar los diseños? La falta de certeza frente a los costos
y las cantidades de obra, pero al final el destino de los recursos será el
mismo. Lo que veo
es una falta disciplinaria al principio de planeación contractual”.
También hay que tener en cuenta el momento
en el que esto ocurre. El
fiscal Perdomo se tomó en serio la denuncia y, a pocos días de dejar el cargo, ordenó la inspección en la Secretaría
del Concejo, con todo el ruido que eso genera. Así, su sucesor, Néstor Humberto Martínez, recibirá el caso cuando
está en boca de todo el mundo. No deja
de ser curioso que Perdomo acelerara. Aunque puede interpretarse como una
muestra de eficiencia en medio de un sistema judicial aletargado, hay quienes
lo interpretan como un calculado golpe de opinión, sobre todo porque suena para
la Procuraduría. Por
el lado de Martínez, el cotorreo y la suspicacia radicarán en lo obvio: ha
militado en Cambio Radical, el
partido que avaló a Peñalosa y al que pertenecen ocho de los 28 concejales
encartados (ver galería) . ¿Será igual de acucioso que su
antecesor?
El momento también es relevante porque ha
sido este Concejo el llamado a dejar atrás los escándalos judiciales después de
que el carrusel de la contratación le causó una mancha negra difícil de borrar. Ya es hora, pues la
historia reciente de la corporación ha estado marcada por alborotos que
involucran masivamente a sus integrantes. Solo basta recordar la caída de Juan
Martín Caicedo como alcalde en 1992 (que a la postre salió indemne) por haber
girado millonarios recursos a organizaciones de beneficencia vinculadas a
concejales. Cerca de 40 de ellos estuvieron metidos en ese lío. Los últimos dos períodos (entre 2008 y 2015) estuvieron marcados
por detenciones y sentencias contra cabildantes involucrados en el saqueo a
Bogotá.
El último punto que realza esta nueva
incursión de la Fiscalía en el Concejo es el metro como eje de la controversia
de fondo. La financiación de la megaobra es lo que está en juego, pues los $4,1
billones aprobados por vigencias futuras corresponden al 30 % con el que se
comprometió el Distrito para que la Nación aportara el 70 % restante ($9,6
billones). Como lo informó ayer El
Espectador, los 28 concejales votaron, en medio de las
inquietudes legales, confiando en la tranquilidad que les dieron el secretario
de Movilidad, Juan Pablo Bocarejo (también denunciado), y la de Hacienda,
Beatriz Arbeláez. Surge,
sin embargo, una nueva pregunta: ¿Por qué la administración, como lo sugirieron
algunos concejales oficialistas, no esperó unos meses más para pedirle al
Concejo que le autorizara ese presupuesto? ¿Por
qué no lo hizo cuando estuvieran más avanzados los estudios que sustentaran la
idea del alcalde de hacer la obra elevada?
Como la solicitud la presentó el Distrito en
el mismo proyecto en el que pedía que le autorizaran la creación de la empresa
metro, algunos concejales argumentaron que no podían darle vida a esa entidad
sin presupuesto para operar. La
principal razón, no obstante, de acuerdo con dos concejales peñalosistas
consultados, fue que el Gobierno Nacional, para comprometerse de lleno con la
plata que le corresponde, le
exigió a la Alcaldía las vigencias futuras aprobadas. Uno de ellos le dijo a
este diario que, de todas formas, tampoco le ve sentido a la premura con que la
administración manejó el tema. “Pudo más la terquedad de la secretaria de
Hacienda”, concluyó, “porque el Gobierno Nacional sabe que puede confiar en
Peñalosa. Ya no está tratando con Petro”.
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