Cambalache XXI: Space, Continental towers, Medallo city:
Medellín es la ciudad más feliz del país más feliz del mundo, según informes para 2013 de diferentes encuestadoras nacionales e internacion...
Medellín es la ciudad más feliz del país más feliz del mundo, según informes para 2013 de diferentes encuestadoras nacionales e internacion...
Decenas de familias fueron engañadas e inducidas a
habitar en el conjunto residencial mencionado y en el “Continental towers”,
integrados por edificios mal diseñados y sin cumplimiento de las normas
antisísmicas, que no han necesitado ningún movimiento telúrico para desplomarse
o agrietarse peligrosamente. La suerte que están corriendo sus antiguos
habitantes es dramática, mientras la firma “Lérica CDO”, constructora de los
inmuebles, se resiste a la demolición completa que recomendaron los expertos y
cínicamente insiste en una repotenciación de las estructuras para que los
moradores regresen.
CampoE Galindo: Space, Continental towers, Medallo city
Medellín es la ciudad más feliz del país más feliz del
mundo, según informes para 2013 de diferentes encuestadoras nacionales e
internacionales. Además el primero de marzo del año pasado recibió el título de
ciudad más innovadora del mundo, en concurso realizado por Citigroup (la
empresa prestadora de servicios financieros más grande del orbe y propietaria
del Citibank), el Wall Street Journal y el Land Urban Institute. Ha ido
consolidando su especialidad como centro de servicios, de grandes eventos y de actividad
turística.
El evento más próximo y más importante que pondrá a la
ciudad en el centro de todas las miradas es el VII Foro Urbano Mundial,
organizado por ONU-HABITAT con el tema “Equidad urbana para el desarrollo.
Ciudades para la vida”, entre el 5 y el 11 de abril, cuya asistencia está
calculada en diez mil personas de dentro y fuera del país. Las autoridades de
la ciudad trabajan silenciosamente en el montaje de ese foro pero en pocas
semanas todo el aparato propagandístico se volcará sobre sus pormenores, los
ilustres visitantes y sus declaraciones.
Nuevamente nuestras élites citadinas, pero esta vez
ante el mundo entero, estarán declarando su fé en el desarrollismo, el
“urbanismo social”, el vidrio y el cemento como fundamentos de un proyecto de
ciudad que orgullosamente mostrarán como testimonio de su propio
emprendimiento. Nadie como la dirigencia antioqueña se ha apegado tanto a los
parámetros dominantes y a las modas a la hora de construir lo urbano. Todo lo
han imitado a lo largo de la historia de la ciudad, al tiempo que ocultan lo
propio cuando no lo pueden instrumentalizar para obtener rentabilidades. Con
tal lógica borraron del mapa de Medellín “el peligroso barrio de Guayaquil”
para abrir espacio a las funcionales torres de La Alpujarra, con lo que “guayaquilizaron”
todo el centro cívico-comercial tradicional.
El Foro Urbano Mundial fue traído a Medellín para eso:
para cubrir de legitimidad un proyecto de ciudad y un modelo de urbanización
líder donde se territorializan con maestría los dictados de la globalización
neoliberal para los países del Sur. En la estructura del capitalismo
contemporáneo, la urbanización está cumpliendo entre otras funciones, la de
receptáculo para las inversiones de abultadas ganancias producidas en otros
sectores productivos, comerciales, financieros, y por supuesto mafiosos como en
Colombia. De ello ha resultado un poderoso sector inmobiliario, constructivo y
financiero que gobierna nuestras ciudades destruyéndolas y reconstruyéndolas a
cada paso, segregando y despojando a los pobres para arrumarlos en los
extramuros inhóspitos alejados de sus centros comerciales y sus Plazas Mayores.
Los grandes eventos en que ya se está especializando
Medellín, sin embargo, no son para visibilizar la ciudad sino algunas partes de
ella, aquellas que resaltan la pujanza de los acuciosos organizadores o son
funcionales a sus discursos almibarados, como los parques biblioteca y los
metro-cables. Porque la que nos han construido es una urbe para ver, es decir,
para ser vista por quien está de visita, ya que por debajo de la ciudad visible
persiste otra, la oscura, la marginada, periférica, insegura, hacinada y al
borde del hambre, que ya ni reclama participación porque se acostumbró a no ser
escuchada.
Pero la ciudad no es una obra de las élites. Si algo es
una construcción colectiva es una ciudad moderna. La construcción urbana es una
aplicación cotidiana en la cual se han comprometido todas las generaciones
pasadas, cada una de las cuales desarrolló una etapa de esa gran obra pública.
Medellín particularmente fue fundada y trasladada a su sitio actual por
nuestros antepasados, otras generaciones corrigieron y adecuaron el cauce del
su río, otras tendieron los puentes que comunican el oriente con el occidente,
unas poblaron el nororiente, otras el noroccidente, cada punto cardinal y cada
barrio tiene su historia propia, otra generación construyó el metro, en fin,
todas las etapas de nuestra urbanización han sido colectivamente construídas, y
en esa construcción se produjo y reprodujo la cultura urbana nuestra,
conflictiva y contradictoria como la ciudad misma. Ese acervo patrimonial,
material y cultural, complejo y absolutamente colectivo, una de las joyas de la
corona de nuestro país, es el verdadero secreto que todo el mundo debe conocer
y que debería ser apropiado por todos sus habitantes, sin exclusión ni
segregación alguna.
Contrario al carácter colectivo de la urbanización y
la construcción de ciudad, la apropiación y el aprovechamiento de ese
patrimonio se hace por empresas privadas dedicadas a feriar en provecho
individual el acumulado material y cultural de las comunidades. Es así que cada
macronegocio, cada evento, cada proyecto constructivo, cada obra de
infraestructura, se convierten en festines donde ruedan los millones hacia los
mismos bolsillos de siempre: los de las cadenas hoteleras, financieras y
turísticas y los centros comerciales de estrato seis. Los sectores populares,
los trabajadores y comerciantes informales, siempre se quedan a la espera del
goteo que les prometen pero nunca les llega. Muchos de esos pobladores
urbanos periféricos son desplazados, unos por la violencia de dentro o de
fuera de la ciudad, y otros por el despojo institucionalizado que bajo las
formas de “valorización”, “renovación” o “planeación” urbana adelantan los capitales
inmobiliarios contra los pobres.
El papel del estado en la implementación del proyecto
urbano neoliberal, ha resultado complaciente por decir lo menos. El estado
mismo, como lo ha demostrado el conflicto por la destitución del alcalde de
Bogotá, ha sido capturado por los intereses de los contratistas corruptos y
demás agentes privados vinculados con la urbanización. Las instituciones
aportan la normatividad requerida y cuando se hace necesaria, la fuerza para
expulsar a las comunidades de los territorios que reclama la valorización del
capital. De esta manera, lo que no logran las empresas constructoras con el
simple cumplimiento de la ley, lo alcanzan a través de la corrupción de
funcionarios públicos. Es el estado mismo quien profesa la ideología del
mercado y por tanto son sus instituciones, en comunión con el sector
inmobiliario y financiero, los pilares del proyecto neoliberal de ciudad.
El capital inmobiliario tiene un inmenso poder
político en Colombia y una poderosa representación dentro del estado, de la
cual se vale para amañar las normas o evadirlas, jugar al borde de la legalidad
y más allá de las consideraciones éticas. Seis meses separarán en el tiempo al
Foro Urbano Mundial de la tragedia que significó el colapso de una de las
torres del conjunto residencial “Space”, lapso suficiente para que los
apologistas de ese modelo de urbanización agresiva con la naturaleza e
indolente con las comunidades, quieran borrar tal acontecimiento de la historia
urbana o presentarlo como algo puntual y ajeno al proyecto de urbanización que
a diario quieren vender y legitimar políticamente.
Decenas de familias fueron engañadas e inducidas a
habitar en el conjunto residencial mencionado y en el “Continental towers”,
integrados por edificios mal diseñados y sin cumplimiento de las normas
antisísmicas, que no han necesitado ningún movimiento telúrico para desplomarse
o agrietarse peligrosamente. La suerte que están corriendo sus antiguos
habitantes es dramática, mientras la firma “Lérica CDO”, constructora de los
inmuebles, se resiste a la demolición completa que recomendaron los expertos y
cínicamente insiste en una repotenciación de las estructuras para que los
moradores regresen.
Ambos conjuntos residenciales están ubicados en el
barrio más exclusivo de la exclusiva Medellín, un sector del suroriente que
desde hace décadas cayó en manos de la especulación inmobiliaria y financiera,
de donde han sido desplazados sus habitantes originarios por el mecanismo de
los impuestos prediales y las “valorizaciones” para dar paso a unas
infraestructuras suntuarias diseñadas para los vehículos particulares, entre
las cuales se destacan los “rascacielos” que desafían la ley de la gravedad y
sobre todo, la fragilidad de las estructuras geológicas propias de esa área de
la ciudad.
El barrio se llama “El Poblado”, y en él casi todo lo
natural ha sido borrado, hasta sus microclimas, para que las constructoras y
los bancos tengan vía libre. Para agredir el medio ambiente siempre ha habido
capitales a disposición. Pero las tragedias del Space y el Continental towers
demuestran también a la sociedad, que las leyes de la naturaleza no se violan
impunemente; que no solo se perdieron once vidas humildes sino que además
cientos de moradores de clases medias perdieron parte considerable de sus
patrimonios y sus arraigos; que la naturaleza “cobra” sin distinguir deudores y
que cuando la acreedora es ella, como rezaba el título de una telenovela, “los
ricos también lloran”.
El tema de la firma Lérida CDO no es el central en
este artículo. Es mucho lo que al respecto se ha querido ocultar y muchos los
sesgos de quienes se han preguntado por los responsables del desplome del
Space. Pero más allá de alegatos interesados, lo inocultable ha sido la yunta
entre intereses privados de empresarios inmobiliarios con parcelas del poder
político local y regional. Se trata de grandes jugadores que simultáneamente
actúan en el mundo empresarial y en el mundo político y que van
subrepticiamente del uno al otro, alimentando una espiral de ganancias
individuales que se invierten en campañas electorales y luego son recuperadas
vía prebendas; vía “confianza inversionista” diría cualquier desprevenido
“analizador” de los nuestros.
Esa conjunción de intereses privados e intereses
políticos alimentados mutuamente, constituye el sujeto activo del modelo de
urbanización que está en marcha en todo el país y del cual Medellín es su
paradigma. Aunque se trata de un sujeto político, en esencia carece de
responsabilidad social. Su especialidad es el mercado como generador de rentas
de monopolio y símbolos de status, parte de cuyos paquetes son las
denominaciones en inglés de sus edificaciones, una modalidad de “propiedad”
intelectual prestada, que exacerba en los potenciales compradores sus
necesidades de distinción respecto a los pobladores de los barrios populares.
La ciudad neoliberal que conocerán nuestros visitantes
se esforzará por mostrar su cara amable: una biblioteca allí, un metrocable más
allá, alguna torre de miniapartamentos hipotecados a generosos bancos, el barrio
El Poblado de Medallo city, es decir, la cara de la “equidad urbana”, pero
todo, dependiendo de la situación de seguridad que para esas fechas hayan
acordado los grupos que controlan gran parte del orden público en Medellín. Ya
la ciudad se acostumbró a que con motivo de los grandes eventos, las bandas y
combos delincuenciales que gestionan la seguridad principalmente en el centro
tradicional y los barrios populares, negocian treguas o pactan ceses de
fuegos según sus conveniencias. Porque si el modelo que se nos ha impuesto es
el de la ciudad privatizada, la seguridad no podía ser la excepción. Los
habitantes de alto estrato viven agrupados, usan carro blindado y pagan
seguridad privada. Las clases medias y populares en cambio, dependen de la
fuerza pública, ineficiente, a menudo permeada por las organizaciones
delictivas, y además, instrumentalizada para reprimir la protesta y la
expresión democrática de los de abajo.
El Foro Urbano Mundial es un montaje sociopolítico de
grandes dimensiones. Pero tampoco un conciliábulo o un consejo comunitario de
características teatrales. En él harán presencia intelectuales, académicos,
funcionarios y dirigentes respetables de todo el mundo con concepciones y
agendas urbanas disímiles. No todos tienen sus cerebros formateados por el
neoliberalismo ni creen que la ciudad-mercado sea la cima de la civilización.
Para sorpresa de quienes pregonan el “pensamiento único”, dentro y fuera del
VII Foro Urbano Mundial, nos expresaremos también quienes entendemos la ciudad
como un territorio de derechos para todos los que la hemos construido,
planteando un proyecto de urbanización ajeno al neodesarrollismo que genera
informalidad y precarización de los servicios sociales, y le hace el asco a los
pobres, las minorías raciales y las expresiones artísticas de los jóvenes. Las
conclusiones oficiales del VII Foro ya están dictadas; podrían estar ya
redactadas incluso. Las conclusiones alternativas en cambio, serán fruto del
debate, el análisis y la crítica de quienes apostamos por la resistencia y por
los derechos de todos.
Comentarios
Publicar un comentario